Historia de la Peregrinación, La leyenda Jacobea
La identificación de Galicia como lugar de enterramiento de Santiago motiva la aparición de numerosas tradiciones que satisfacen la devoción popular y que tratan de explicar el traslado del cuerpo del apóstol Santiago el Mayor desde Jerusalén a Gallaecia. La escasa información que sobre Santiago proporcionan los textos canónicos motivó la aparición de numerosas tradiciones que desarrollaban aspectos desconocidos de su vida. Entre estos relatos figuran la predicación de Santiago en Occidente y las circunstancias de su martirio. Mandado degollar por Herodes en el año 44 d.C. y privado de sepultura, su cuerpo fue recogido por sus discípulos y embarcado en una nave en el puerto de Jaffa, iniciando una milagrosa navegación que, al cabo de siete días, los llevó a Iria Flavia.
Tras el desembarco, los discípulos, que se encontraban en el territorio de una reina llamada Lupa, se dirigieron a su palacio de Castro Lupario para pedirle un lugar donde enterrar a Santiago. Ésta los envía al legado romano, que ordena su prisión, siendo posteriormente liberados por un ángel. La reina intenta de nuevo engañarlos enviándolos al Monte Ilicino en busca de bueyes -que en realidad eran toros bravos- para trasladar el cuerpo del Apóstol. Milagrosamente, éstos son amansados y se dejan uncir por lo que los discípulos consagran el monte denominado, desde entonces, Pico Sacro. Lupa se convierte al cristianismo y les cede el terreno de Libredón, al pie de un pequeño castro, como lugar de enterramiento.
Hay toda una serie de factores que relacionan la aparición del cuerpo de Santiago con este lugar: por un lado, la creencia de la predicación de Santiago en España que, aunque gestada a finales del s. VI, se difunde a partir del VIII, en un momento en el que al emergente reino asturiano le interesaba resaltar los lazos de unión con la figura apostólica, apoyada, además, por la tradición - ilustrada en los textos de Beato de Liébana-, de que los apóstoles estaban enterrados allí donde habían predicado; por el otro, la consideración de Iria en esta centuria -que ya había sido un floreciente enclave comercial en la época imperial romana- como una de las sedes episcopales más influyentes de la monarquía asturiana.
Será, por tanto, en la primera mitad del s. IX, y con este contexto políticoreligioso, cuando se produzca el descubrimiento del sepulcro apostólico por el ermitaño Pelayo que, alertado por unas milagrosas luces, dio aviso al obispo Teodomiro de Iria. Éste, de inmediato identifica el lugar como el sepulcro de Santiago y comunica la noticia al rey Alfonso II.(fuente: Museo de las Peregrinaciones)
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