El Monasterio de Samos: historia
El monasterio de Samos ha sido durante siglos el protagonista de un tramo del Camino de Santiago que discurre entre Triacastela y Sarria, siguiendo la fértil vega que avanza en paralelo a la ruta citada por el Códice Calixtino y la mayoría de los itinerarios de peregrinación. La abadía se asienta en un recodo de esta cañada, con el río Ouribio lamiendo sus muros, siendo ambos, el río y la majestuosa arquitectura, las dos señas de identidad de una villa que, al igual que el municipio y el arciprestazgo, debe su nombre del monasterio.
Samos es una de las más grandes y antiguas fundaciones monásticas gallegas, cuyo origen se remonta al siglo VI. De su larga historia jalonada por las más diversas peripecias, nos interesa especialmente recordar su relación con la peregrinación a Santiago de Compostela.
Sabemos que desde que en el siglo IX fueran descubiertos los restos del Apóstol, los peregrinos que acudían a visitar la tumba de Santiago eran acogidos por los monjes, quienes les ofrecían la proverbial hospitalidad benedictina. Así se deduce de las donaciones realizadas al monasterio durante la Edad Media por numerosos reyes y miembros de la hidalguía local, con el fin de apoyar la labor asistencial del monasterio. Arias Cuenllas, historiador y monje de Samos, publicó algunos de estos documentos, como una escritura del año 1064 en la que se recoge la donación hecha al monasterio por un caballero de la zona “con el fin de que le sirva de alivio y remedio espiritual, al par que de ayuda temporal a los propios monjes, a los pobres, a los peregrinos, a los extranjeros y a los huéspedes que acudieran al cenobio”.
Además de actuar como hospedería, el monasterio ofrecía a los peregrinos un botiquín o servicio de enfermería que contaba con los fármacos más indispensables para el servicio de los monjes y de los peregrinos que acudían en demanda de auxilio. Los ungüentos, emplastos y medicinas realizadas a partir de las plantas de su huerto y jardín medicinal, dieron lugar en el siglo XVII a una botica o primitiva farmacia abierta también a los habitantes de la zona.
Foto: Commons Wikipedia, Jaccroube
Para comprender la grandeza de Samos tal vez será útil recordar cuáles fueron sus bienes, propiedades y fuentes de ingresos. Desde la Edad Media la abadía poseía un coto redondo o territorio circundante que cubría 33 parroquias y, además, tenía el derecho de jurisdicción de parroquias situadas en el Salnés, Ourense, Astorga y otras zonas del territorio lucense. Poseía también ocho prioratos con sus propios cotos y presentaciones: Loúzara, O Mao, Vilela, El Bierzo, Mourulle, Moreda y Barbadelo, cuya iglesia prioral se alza sobre el Camino de Santiago.
La verdadera joya del monasterio y su principal fuente de ingresos era la venta del hierro de sus herrerías. Desde mediados del siglo XV los monjes, conscientes de la abundancia de mineral de hierro en sus territorios de la provincia de Lugo, se habían preocupado por montar estas pequeñas industrias, seis en total dispersas por todo el territorio: en tierras de Guntín, valle de Louzara, Quiroga y Valdeorras.
